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Se celebró el
I Congreso Internacional de Investigación Científica (?) sobre la Supervivencia a la Muerte Física en Vigo (Galicia, España), los días 23-25 de abril, organizado por
Cuadernos TCI, al que asistieron ponentes sobre lo paranormal de Alemania, Brasil, EEUU, España, Francia, Italia, Nueva Zelanda, Portugal y Reino Unido. El público, que por los tres días debió pagar una inscripción de 119 euros (unos 143 dólares americanos), acudió desde varias partes del globo, reuniéndose en ocasiones más de 150 personas.
Se pretendía en las conferencias demostrar la pervivencia del alma en el más allá y, aunque se tocaron otros temas del folclore actual como los chacras, el aura, las experiencias cercanas a la muerte, los poltergeist o las abducciones extraterrestres, se centró el interés de los conferenciantes en la
Transcomunicación Instrumental (TCI), que viene a ser el nombre que reciben en el siglo XXI las
psicofonías de toda la vida, esas voces de los muertos que supuestamente se cuelan en las grabaciones caseras. La TCI es, según estos expertos, el fenómeno por el cual los espíritus de los fallecidos se comunican con los vivos por electrodomésticos como el radiocasete, el teléfono, el contestador automático, el fax, la televisión o el ordenador (un servidor lo está intentando a través de la tostadora).

El congreso estuvo magníficamente organizado, el público y la prensa dispusieron de traducción simultánea y abundante documentación audiovisual; aunque el material se caracterizó por la ausencia de rigor. Lo presentado oscilaba desde la interpretación ingenua o sesgada de sucesos que no requerían explicaciones paranormales, a las
aportaciones espectaculares de sujetos muy sospechosos de fraude, pasando por relatos orales de aventuras increíbles de las que no se presentó prueba alguna. No ya por rigor científico, sino por sentido común, el que pretenda convencer a alguien de que -usando un ejemplo del congreso- ha presenciado durante meses un fenómeno poltergeist que podía provocar a petición, lo menos que puede hacer es grabarlo en vídeo y demostrarlo. ¿No tienen videocámaras los parapsicólogos? Destacó la falta de interés por evitar fraudes -no se vigiló a los supuestos médium ni se examinaron los aparatos de grabación- y la ausencia de controles en los experimentos, de los que no se dio ningún detalle: debemos fiarnos de la buena fe de los que nos presentan hechos tan extraordinarios. Resumiendo: pruebas dudosas e inaceptables y simples cuentos para no dormir.
A partir de aquí se construyeron elaboradas teorías de vocabulario y apariencia científicos que se ensartaron con terminología esotérica a veces indescifrable (la proliferación de palabras como “gnoseal” o “biopsicocibernética” me provocó varios derrames cerebrales). El error de estos modernos espiritistas consistió en olvidar que todo este castillo de argumentaciones se desmorona si no cumple un requisito científico fundamental: tener como base unas pruebas sólidas. Más que trabajar extrayendo conclusiones de las observaciones, como exige el método científico, parecían buscar a toda costa pruebas que justificasen una conclusión decidida antes de la investigación, ignorando las explicaciones que no les llevasen a donde deseaban. De hecho, varios confesaron partir de la creencia en el alma.
No faltaron los tópicos ataques a la ciencia, a la que llamaron, para diferenciarla de sus simulacros, ciencia “oficial” o “académica” (como si hubiese más que la que se prueba con hechos). Casi se pidió su abolición siguiendo dos vías: afirmando que lo paranormal cae fuera de sus competencias y exigiendo la integración de lo maravilloso en el corpus científico, anunciando el trillado “cambio de paradigma”. Por supuesto, a pesar de tales incompatibilidades, no dudaron en encajar a martillazos en sus discursos la fonética acústica, la mecánica cuántica (no podía faltar) o el electromagnetismo. Ya se sabe,
para el pseudocientífico la ciencia es un apoyo prestigioso o una mentira dogmática según su conveniencia.

Parte del público, entre los se incluye el que redacta estas líneas, no salió convencido. “Ven lo que quieren ver”, comentó una asistente. Efectivamente, la mayoría del material presentado no era más que un engaño de los sentidos, ejemplos de
pareidolia: una ilusión perceptiva por la que estímulos vagos y caóticos son interpretados como algo reconocible y con sentido. Es lo que hace que veamos formas curiosas en las nubes o que creamos entender palabras en
discos escuchados al revés. Las expectativas y la sugestión condicionan la interpretación pareidólica, que además puede ser inducida si se prepara al espectador (lo que se hace siempre en el mundillo del misterio) para que busque una determinada lectura, que se vuelve persistente una vez hallada y
hace difícil volver a ser un observador objetivo. Las grabaciones psicofónicas no son sobre silencio, sino sobre ruido, por lo que tras escucharlas repetidamente siempre se acaba encontrando algo, y simples defectos en fotografías o manchas en paredes fueron identificados hasta el delirio como entes de otra dimensión.
Yo me pregunto: si es tan habitual recibir transcomunicaciones espontáneas, ¿por qué la industria audiovisual, que lleva décadas haciendo millones de grabaciones al día, no tiene habitaciones llenas con mensajes de difuntos? “Es que el escepticismo y la falta de fe inhiben la comunicación”, dijeron allí. Vamos, que estos experimentos sólo les salen a ellos.
(Artículo publicado originalmente en Vol. 1 Nro. 4, Octubre/Diciembre 2004 de la revista "
PENSAR", publicación de
CSICOP)