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Por
Ángel Vea, psicólogo clínico
El estrés se ha convertido en epidemia. De un tiempo a esta parte, el consumo de ansiolíticos se está disparando en los países desarrollados. En España, su consumo aumenta de un 5 a un 10% anual. Y si bien es cierto que el estrés se combate eficazmente bajo un enfoque multidisciplinar, esto es, solapando medicación y psicoterapia, tampoco es menos cierto que lo mejor es prevenirlo. Ahora bien, incontables cerebros occidentales andan intoxicados con una idea singular: que vivimos en una sociedad estresante. Pero
afirmar que las sociedades modernas occidentales son estresantes es un tópico que favorece las actitudes deterministas frente a la existencia; si el entorno resulta estresante, sólo cabe predisponerse a aguantar el chaparrón. Si en realidad existiesen las sociedades estresantes, convendría situarlas en el Iraq actual o en la depauperada Burkina Faso, por citar dos ejemplos de entornos netamente hostiles, y es que salir adelante en dichos países sí tiene que ser una auténtica aventura. Es obvio que no habitamos en el mejor de los mundos posibles, la realidad dista mucho de las almibaradas fantasías que elucubra la factoría Disney; pero al margen de las asignaturas pendientes que tiene nuestra sociedad, y que no son pocas, lo cierto es que vivimos en una de las mejores. Decir que
somos unos privilegiados no es triunfalismo político ni chovinismo cultural, sino realismo antropológico. De hecho, en términos evolutivos, nunca ninguna sociedad ha dispuesto de tantos recursos como la nuestra.
A efectos de prevenir el estrés, la psicología cognitiva no cuestiona tanto el modelo social en el que andamos inmersos como las ideas que manejan algunos individuos para gestionar el día a día. Pero mejor pasemos a la acción. Imaginemos una situación cotidiana, aunque no deseada, como pueda ser el verse atrapado en un atasco de tráfico. E imaginemos a dos individuos que se dirigen a una cita de negocios, a quienes llamaremos A y B.
Si A, al ver que llega tarde, piensa que su empresa va a perder una oportunidad de oro (en realidad trabaja para otro, pero percibe la empresa como propia), que si la operación se va al garete peligra el pan de sus hijos (como si la mezcla no importase) y un montón de ideas rocambolescas en dicho sentido, es probable que el ritmo cardiaco de nuestro amigo se acelere. Si a partir de ahí nuestro protagonista comienza a cuestionarse la posibilidad de padecer una dolencia cardiaca..., se masca la tragedia. Imaginemos, además, lo que puede llegar a ocurrir si nuestro acelerado amigo comienza a discutir con otro automovilista que, casualmente, maneja ideas similares a las suyas. Pues eso, que la respuesta de estrés no es sólo la antesala de la patología mental, sino también un maravilloso caldo de cultivo para el conflicto social.
Analicemos ahora cómo reacciona B, el bueno de la película. Si B, al ver que llega tarde, piensa que a veces hay que jorobarse en esta vida, que basta que lleves prisa para que surja el imprevisto, que la competencia también anda expuesta a la eventualidad de los atascos de tráfico y un sólido repertorio de ideas en dicho sentido, es muy probable que, aunque contrariado, no llegue a atacarse de los nervios. Y que una vez atrapado en el atasco se disponga a sacar renta de la situación; escuchando música, ojeando la prensa o bien, si es un pícaro redomado, haciendo sonar el claxon con intención de echar más leña al fuego emocional de los ciudadanos tipo A.
Nuestra sociedad no es un lecho de rosas, pero tendemos a olvidar que somos ciudadanos del Primer Mundo. Alimentar la falsa creencia de que la vida moderna resulta estresante es un modo de cavarse la fosa, porque atribuye el estrés a causas externas. La respuesta de estrés que habitualmente padece el hombre moderno occidental se activa mediante procesos cognitivos, y no hay fármaco capaz de prevenirla.
La psicología cognitiva ayuda al individuo a desarrollar percepciones más realistas acerca de la existencia, para gestionar mejor el día a día. En la actualidad, muchas personas necesitan aprender a pensar de otro modo, pero no les resulta nada fácil porque la omnipresente cultura de masas no deja de proponer sandeces.
Notas: las negritas son del autor y el texto es un recorte de la sección
Vida de la revista
Magazine, de
La Vanguardia Ediciones, SL., un suplemento dominical del diario
Faro de Vigo y unos cuantos periódicos españoles más. Una conversación reciente me hizo recordarlo y, cuando alguien sabe más y habla mejor que tú, lo más razonable es hacerse a un lado y cederle la palabra. Es la primera vez que copio aquí un texto que no es mío (creo que el derecho de cita me ampara) y, ya que estamos con textos ajenos, se me lean ahora mismo
el último artículo de Javier Marías en
El País Semanal, que le ha salido muy de nuestro gusto y entre otras cosas le mete un par de patadas a ese engendro de best-seller pseudohistórico llamado "El Código Da Vinci".