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En esto de gigantes —respondió don Quijote—, hay diferentes opiniones, si los ha habido o no en el mundo: pero la Santa Escritura, que no puede faltar un átomo en la verdad, nos muestra que los hubo, contándonos la historia de aquel filisteazo de Golías, que tenía siete codos y medio de altura, que es una desmesurada grandeza. También en la isla de Sicilia se han hallado canillas y espaldas tan grandes, que su grandeza manifiesta que fueron gigantes sus dueños, y tan grandes, como grandes torres, que la geometría saca esta verdad de duda.
Segunda parte del Ingenioso Caballero don Quijote de la Mancha, Cap. I.
Este fragmento de la segunda parte del
Quijote refleja la coexistencia en la época del autor de dos formas de acceder a la verdad que han resultado ser incompatibles: por un lado, la autoridad, el mito y la verdad revelada, y por otro, la experiencia y la inducción científica. En el siglo XVII la mezcla de ambas corrientes de pensamiento era aún habitual, aunque una parte de la intelectualidad reaccionaba ya contra la tradición de pensamiento medieval que imposibilitaba el acercamiento al verdadero conocimiento. Es muy probable que, como hace otras veces en su libro, Cervantes esté ridiculizando a quienes no saben distinguir las dos posturas poniendo tales argumentos en boca de su loco.
Lo curioso y quizás deprimente es que una polémica del siglo XVII esté en el siglo XXI de total actualidad. Esta forma medieval de pensamiento precientífico sigue existiendo en la sociedad occidental aparentemente más avanzada. Mil ejemplos se pueden poner, pero creo que el párrafo citado, con su mezcla absurda de fósiles y Biblia, dirige con nueva ironía nuestros pensamientos hacia la polémica creacionista.

El creacionismo (esa fanática doctrina religiosa de los que han logrado introducir en los temarios científicos escolares sus pseudoteorías antievolucionistas al lado de las de Darwin)
ha cobrado muchísima fuerza en los EE.UU. Quizás al observador europeo le suceda en un principio como a mí y, confiado en los cuatro siglos de historia que nos separan del párrafo de Cervantes, se crea protegido y a distancia de este avance americano del
oscurantismo. Pues no se equivoque, amigo, que ya
los tenemos en Holanda y en
la patria de Charles Darwin.
Estos creacionistas son unos locos (de los peligrosos, además) y mezclan churras con merinas, confunden el culo con las témporas y el tocino con la velocidad.
—¡Confesad, gente descomunal y soberbia, que es verdad lo que yo aquí he publicado; si no, conmigo sois en batalla!